viernes, 8 de enero de 2010

Día 98

Cuanto mejor hagamos las cosas, más nos aproximamos a la esencia de lo que es el arte y su irrefrenable afán de posteridad, porque su función esencial es la de trascender. Y así ha sido, desde los alardes rupestres en algunas cuevas, como la celebrada de Altamira, hasta los desplantes, con marcado tono de mercadotecnia, de Warhol o la protesta de Picasso con su apocalíptico Guernika. De esta suerte, el arte bien considerado es un legado, una mirada, una exaltación en la que el hombre busca la eternidad dentro de su fugaz estadía por la vida. Así ha sido y será; desde los imponentes palacios babilónicos y los sorprendentes sepulcros egipcios, hasta los desafiantes monolitos 'moai' de la remota isla de Pascua en la inmensidad del Pacífico. Y, por añadidura, dan fe de ello las ruinas de Pompeya y Herculano en las faldas del Vesubio que, en medio de la congelada devastación, proclaman la vida cotidiana de los hombres y sus vestigios artísticos.

Según el diccionario, el arte es la virtud, la disposición e industria para hacer algo, pero hacerlo bien, y en general cualquiera de las que requieren el ejercicio del entendimiento. Por otra parte, los hombres somos testigos inteligentes de la historia del planeta, en la que de vez en cuando nos constituimos en héroes o somos como un gran Homero universal que va contando, otra vez, las excelencias del ser humano esculpido para la grandeza, una grandeza inteligible, que es el hombre que trasciende.

Pero para llegar a crear, el ser humano debió recorrer un largo camino.(...)

Después del periodo pleistoceno, que dio paso a las primeras manifestaciones culturales de los hombres primitivos dentro del Paleolítico, entramos de lleno en los periodos que cubren el Neolítico, cuando el avance cultural fue inmenso: el hombre se volvió agricultor y ganadero. A partir de esas épocas surgió el cronista del planeta. Un cronista con maravillosa capacidad de adaptación a través de la cambiante fisonomía de la corteza terrestre. Mientras los mamíferos se han dividido en más de 3500 especies, el hombre sólo ha tenido dos (en eso se resume la catalogación de los fósiles hallados), de las cuales solamente ha sobrevivido la actual, y de ella formamos parte.

De esta arcilla tenía que surgir la semilla de la inquietud, plasmada en las extrañas religiones que, a su vez, darían nacimiento a tres de las fases del arte: la escultórica, la pictórica y la musical, con las que se reverenciaría a las fuerzas ciegas de la naturaleza, se exaltaría el naciente poder de las herramientas de trabajo y la fuerza defensiva y ofensiva de las primeras armas empleadas para la caza y la pesca. Desde esas remotas épocas surgieron dos facetas claramente distintivas: una abstracta, con tendencia al simbolismo religioso y otra naturalista, en contacto con el mundo circundante y sus manifestaciones vitales. Aunque con posteriores ramificaciones, diríase que el arte adoptaba las dos posiciones tradicionales a todas las etapas inteligentes del hombre: la que canta al poder del Estado, ciego a la razón y codificador, y la que exalta a la naturaleza y canta a la vida, que de ella emana.

Claude Roy indica en un estudio sobre el arte abstracto: "Si se estudia el arte desde su nacimiento, se ve seguir el arte geométrico y simbólico del Neolítico al arte animalista y naturalista del Paleolítico." Más adelante manifiesta en torno al apasionante tema:

Parece que se pueda asegurar que el arte geométrico, simbólico, abstracto, aparece en el pasado entre las sociedades que poseen una visión dualista del mundo, ancladas entre dos universos: el de la vida cotidiana y el de los espíritus (o del Espíritu). Conforme se acentúa la tendencia al animismo en las sociedades primitivas o el misticismo en las sociedades evolucionadas, más propende el arte a alejarse de la interpretación de lo real y más se dirige hacia el simbolismo, la geometría, la abstracción.

Por otra parte, Bianchi Bandinelli ha demostrado en varios notables ensayos sobre arqueología que las sociedades prehelénicas, con sus religiones mágicas, dieron nacimiento a un arte geométrico: el de los vasos egeos; y que, al contrario, la religión humanista de la Grecia preclásica y clásica fue acompañada por un desarrollo del arte figurativo. Lo que parece inferirse de todo lo que antecede es que el nervio motor del arte marca un ritmo alternado que impulsa las dos corrientes enunciadas. La abstracción es evidente en el surgimiento del hombre como ser divinizado (dioses griegos), y el naturalismo está evidenciado, fuera de toda duda, en la aparición de figuras que simulan diversas especies animales, bien correteando, bien siendo cazadas. De esta suerte, la abstracción hace su aparición cuando esos mismos animales representan estados de ánimo, pasiones que nos afectan y que por su índole negativa deben ser interpretadas como inferiores a nuestra condición.

Representar a los dioses con traza humana, a mi entender, trata de dignificar a interrogantes que oscurecen nuestra mente, más aún, de lo que podríamos llamar clarinada anticipada de la lucha de nuestro cerebro por hallar respuesta a lo que, a la postre, constituiría el reto maravilloso de la naturaleza a nuestro deseo evolutivo. En tales circunstancias, sería difícil señalar qué rama del arte sería más propio llamar progresista, ya que la dualidad persiste en los grandes hallazgos intelectuales de la época presente. Roy es concluyente al respecto:

La comprobación de concordancias entre las nociones de razón, de humanismo y arte naturalista, por un lado; entre las nociones de sentimiento de misticismo y arte abstracto, por el otro lado, no autoriza a pronunciar un juicio valorativo, ni tampoco una perentoria condenación. No se puede, sin riesgo de mutilar, reducir a la humanidad a uno de sus postulados internos más constantes, sacrificando una de las aspiraciones esenciales (y quizá contradictorias) de la especie humana. La abstracción en el pasado de la humanidad no es forzosamente un signo de primitivismo o decadencia.

Que la pervivencia de las dos ramas del arte, diferentes pero complementarias, como sugiere Roy en su estudio, sea un hecho indiscutible en la historia del arte, lo percibimos en el resultado que nos depara un estudio de los temas y personajes tratados en los dramas de Calderón y de Shakespeare. Resumiendo: en Calderón está la idea como representación filosófica del mundo; en Shakespeare, el hombre, el numen, el símbolo, la medida de todas las cosas. Uno expresa a la humanidad por medio de ideas que, a su vez, se personifican: Segismundo, la lucha de la materia y el espíritu, el triunfo de la razón sobre el instinto; Pedro Crespo, el respeto a los derechos del pueblo. El poeta inglés se dirige al mundo por medio de la unidad humana -básica e intrínsecamente humana- y la hace eterna fuente de grandezas o desvíos proyectándolos a la eternidad. Así, Hamlet, escéptico y vengativo, es la duda estéril; Otelo, el demonio de los celos que hiere a la nobleza del espíritu y al temple del héroe; Macbeth, la ambición de un alma perversa; Shylock, la avaricia (que Molière airearía de nueva cuenta con Harpagón, en El Avaro), y, en fin, Romeo y Julieta, el amor que abate prejuicios y odios.

Es decir, que la concepción aun similar en grandeza, es distinta en su exposición. Uno va al todo para crear la unidad; el otro crea la unidad para ir al todo. De lo cual se deduce que el contenido latino es idealista (el hombre vehículo de expresión de una grandeza, pero inferior a ella). La sensibilidad inglesa parte del hombre para crear la grandeza; vive más en la Tierra y cree en la vida de un modo más terrestre, más material. En lo español -Calderón- partimos de lo sublime para llegar a lo humano, cuando de lo humano debe partirse -Shakespeare- para otear lo maravilloso que nos rodea. De ahí que el incisivo Unamuno nos dijera, en alguna ocasión:

.huesos encerrados en lo vivo por carne palpitante, huesos que admiran los ostólogos y paleontólogos en los dramas sarmentosos de Calderón y que en Shakespeare están vivos, con tuétano caliente.

En lo expuesto tenemos gráficamente una muestra de las tendencias abstractas y naturalistas; se diría que tuviéramos que elegir entre los dos manantiales del arte que fluyen hacia el porvenir. Pero éstos están íntimamente ligados a toda creación. Si consideramos una rama negativa, la abstracta, y otra positiva, la naturalista, tendríamos que convenir que del choque de las dos podría surgir la luz de la concreción, en suma: la verdad que buscamos por los caminos del socialismo, dado que el hombre es un todo de sueños y realidades en busca de la justicia social.
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Páginas desconocidas - A propósito del arte, El hombre que trasciende

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